Inquietudes Musicales y Más

martes, 18 de febrero de 2014

PACHECO

PACHECO
Este escrito fue originalmente el borrador de una carta que inicié con el fin de enviársela al señor Fernando González Pacheco, al darme cuenta de que estaba pasando un mal momento por quebrantos de salud. Tal vez debiera lamentarme por no haberla terminado y enviado, sin embargo tengo la sospecha de que las gracias que quise expresarle ya las recibió de alguna forma en conjunto con la mayoría de las de los colombianos que lamentamos su partida.
Empiezo por contar un poco sobre mi familia, la cual también fue una de las tantas desplazadas, en este caso del Quindío, durante los años 1950´s por la violencia generada debido al conflicto entre los caciques conservadores y liberales. Ya pocos saben y hablan de lo sucedido en esa época, ya que la verdadera historia nacional pasa por una especie de mal de alzhaimer, que hace que la población en general no recuerde más allá a una antigüedad de diez años o simplemente los que sí saben de historia al hablar de ella se salten algunos hechos “que no conviene recordar”. Las personas que tienen menos de cuarenta años no tienen idea alguna de los orígenes de los males por los cuales padece esta hermosa tierra llamada Colombia. Además, me atrevo a pensar que para la mayoría de los colombianos la violencia es un tema de los medios de comunicación y problema de terceros, hasta que la viven en forma directa ya sea personalmente o a través de sus allegados.
Saltando una época maluca por las privaciones y hechos que nos tocó vivir, mis padres vendiendo muebles y artefactos que tenían, más algunos ahorros, pudieron pagar la cuota inicial de una casa- lote ubicado en el nororiente de Cali, en un lugar que apenas empezaba a poblarse con familias que también tenían una situación económica similar a la nuestra. Sí, un lote con la construcción de cuatro paredes con un hueco para una puerta y otro para una ventana, con una plancha de cemento inacabada. Todavía estaban pegadas en ella las chuspas de cemento gris.
Recuerdo que cuando mis padres me dijeron que fuera a asear y preparar la propiedad de la familia, al entrar a la pieza mencionada me tocaba arrastrar los pies para ir abriendo camino entre los “hijuemil” sapos que formaban una alfombra, esperando que alguna de las componentes del cielo negro se cayera, las cucarachas. Me recuerdo y me parece que me estoy mintiendo, un cielo raso tapizado con cucarachas y un piso alfombrado con sapos.
Poco después se pudo construir una pieza más y la estancia como para una sala pero no teníamos puertas ni adelante, ni en las dos piezas, ni en la parte de atrás que colindaba con una gran extensión de siembra de millo. Nuestra reja de seguridad eran dos cortinas largas pisadas con piedras en la parte interior y a pesar de ello y de nuestra imperiosa necesidad de colocarle baldosa al piso, para la familia era imperioso adquirir un televisor. Un vecino del barrio, de nombre Arturo Gómez, nos dio la idea de construir una especie de plancha de cemento esmaltada con colores amarillo y rojo, lo que a mis padres les pareció una buena solución. El señor Gómez la construyó quedando nosotros pisando en un piso psicodélico. Pero no teníamos televisor.
Cual era la necesidad del televisor. Pues al no tener recursos para pasear, ir al cine, ir al estadio o poder ejercer cualquier actividad de entretenimiento, la televisión era una solución, más que todo para los domingos, aunque solamente funcionara unas pocas horas en la mañana y entre el atardecer y el anochecer. También producía el efecto de adormecer otras necesidades y de producir la amnesia temporal de los problemas, además en la televisión emitían el programa de Pacheco, Animalandia, en el que actuaban los payasos Pernito y sus hijos Bebé y Tuerquitas.
Uno de los mayores atractivos del programa era la especial dedicación para las mascotas, con las cuales Pacheco organizaba diferentes concursos siendo el más popular el de lograr que los loros que llevaban repitieran palabras o frases emitidas por sus dueños. Cada ocho días los concursantes se presentaban con la repetida frase de: Roberto diga, quiere cacao? Y Roberto regularmente ¡ponía un cuidado! Pero se quedaba mudo, salvo algunas excepciones claro está. Yo me pregunto, por qué a la mayoría de los loros mascotas que conozco los llaman Roberto, Que tendrá que ver éste con los loros?
La mascota de Pacheco era un perro llamado Coco, el cuál no duró todo el tiempo que estuvo Animalandia en el aire debido a los muchos años de edad que tenía.
El apremio para mis padres de conseguir un televisor no era solamente por petición de sus hijos sino también de los niños que ya estaban viviendo en las tres cuadras que se habían formado en donde estábamos residenciados. Para los vecinos parecíamos los de mayor altura social, económica y quien sabe qué. Por lo tanto estábamos obligados a mostrar nuestro perfil y menos mal que al fin lo hicimos, consiguiendo un televisor.
Todos los domingos a partir de las 9::00 A. M. iban llegando todos los vecinitos, con su mejor pinta, como la de ir a misa cuando lo llevaban a uno en la escuela. Alrededor de unos quince se sentaban en el piso, prestos a disfrutar ANIMALANDIA. Eso era lindo como diría alguno de los hermosos ejemplares humanos de nuestro sexo femenino. Qué tal que hubiéramos tenido las iniciativas religión-económicas de algunos pseudo-pastores de esta época. Como diría el amigo Evelio Cua Cua o Corozo “Estaríamos hechos”.
Pacheco fue infaltable asistente a las ferias taurinas durante las cuales figuraba como comentarista con Eduardo de Vengochea, Paco Luna, Ramón Ospina, Loperita y otros figurones taurinos. En Cali durante las ferias se le veía casi siempre con José Pardo Llada con quien algunas veces visitaba la gallera del barrio Caldas, del cubano López- Lage, padre de mi amigo y compañero universitario Manolo.
A Pardo Llada le acompañó en diversas actividades organizadas por el cubano para bienestar de muchos niños y personas desposeídas. En especial recuerdo la vez que se enfrentaron en un encuentro de boxeo. Yo creo que el cubano no se daba cuenta que Pacheco no solamente era promotor del campeonato boxístico que se desarrollaba en Bogotá, sino que había sido en su juventud campeón nacional en una categoría de peso liviano.
Fueron muchas las actividades realizadas por nuestro gran animador de la televisión para beneficio de fundaciones y organizaciones de ayuda social. Una muy recordada es la de haber saltado en paracaídas, fallando en el control del mismo por lo que fue a posarse sobre una casa a la cual le perforó el techo yendo a parar sobre una cama en la que había una pareja. ¡Qué susto para todo el mundo! Hasta para nosotros, porque Pacheco sufrió algunas fracturas.
Pacheco además de ser el más grande de la televisión colombiana fue también el adulto niño más amigo de los niños de todas las edades de hace unos pocos años atrás, incluyéndome. Gracias Pacheco, Dios te bendiga. RA